Conviene recordar, en estas fiestas navideñas, la entraña cristiana de la institución universitaria. La universidad no se comprende sin el cristianismo. Salamanca, Oxford, París, Bolonia, todas las grandes universidades nacieron bajo el amparo de la Iglesia Católica.

La Universidad era (y debe continuar siéndolo) un lugar de unidad, de diálogo, de tolerancia, de respeto mutuo y búsqueda del conocimiento. Sin las grandes universidades medievales nada de lo que hoy conocemos hubiese sido posible. En ese clima de reflexión racional es que se afianza y se desarrolla Occidente. Negar la raíz cristiana de la universidad equivale a negar la raíz católica de la Peruanidad.

La Navidad nos recuerda que en el Pesebre de Belén el niño Dios, el logos, el verbo eterno se hizo carne. Que el logos plantara su tienda en medio de nosotros es un hecho trascendente para todo universitario. En la humilde posada de Belén está el Alfa y el Omega de la institución universitaria.

En principio, este hecho afirma la estrechísima relación entre fe y razón (fides et ratio) porque demuestra, con la propia existencia de Cristo, que ambas conviven sin oponerse jamás. Cristo era logos y fe al mismo tiempo. Por eso, la universidad cristiana no se inclina ni por el racionalismo soberbio y asfixiante ni por la ensoñación edulcorada del fideísmo radical.

Pienso en el Perú mientras recuerdo el nacimiento, el Belén de mi querida Universidad San Ignacio de Loyola. Pongo a sus pies los problemas, los desafíos, la salud de todos los peruanos de buena voluntad. Y le pido al niño Dios que confirme a la Universidad en su magnífico destino de cooperadora máxima de la verdad.