El asesinato de cinco menores este fin de semana, en varias partes del país, ha puesto en cuestión, nuevamente, la seguridad ciudadana, esta vez con las personas mas frágiles de nuestra sociedad. Una madre que se va de fiesta de carnavales a la vuelta de su casa donde deja a tres niñas solas. O un padre que no encuentra mejor manera que, en venganza, infringirle dolor a su ex mujer, que matando a las dos hijas de ambos. Historias como estas subyacen en cualquier barrio, de cualquier ciudad del planeta, pero no en todos se disparan reacciones institucionales de la cadena de responsabilidades.

Desde el básico instinto de los padres que vigilan a sus cachorros, la vigilancia y control de peligros en vecindarios y la actividad preventiva del Estado. El número y las circunstancias de estos crímenes preocupan porque delatan a qué nivel de degradación nos estamos acercando en determinados segmentos de nuestra comunidad. Es el resultado de una sociedad realmente enferma la que se transforma en un monstruo depredador de si mismo.

Los crímenes sexuales aquí contra mujeres o niños equivalen a las matanzas con armas de fuego en Estados Unidos, expresión de la abundancia de personalidades con desequilibrios mentales. Justo ahora en que se inicia el año escolar y millones de niños salen de sus casas para pasar horas expuestos en locales escolares o en la calle corresponde a la comunidad, padres, profesores y policía extremar acciones que les garanticen su salud. Todo ciudadano está en la obligación de cuidar a cualquier niño en la calle como si fuera el suyo, con celo y suspicacia.

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