Cuando vemos las continuas faltas de respeto a las que nos sometemos mutuamente en nuestro país, hoy, camino al bicentenario, solemos pensar: ¿cómo podemos enseñarle a las niñas y niños a ser personas solidarias, con capacidad de incluir al otro, ser tolerantes, buenos ciudadanos y personas?

El cambio sí es posible, pero tiene que partir de nosotros, de los adultos. Nos quejamos con mucha facilidad de las generaciones más jóvenes sin asumir que tienen que haber aprendido de nosotros mismos.

Es una verdad de Perogrullo que los niños aprenden por el ejemplo. Lo que decimos es importante, pero solo si lo ven en la realidad. No podemos pretender que la siguiente generación sea mejor que la anterior, si nosotros no asumimos nuestra responsabilidad de seguir mejorando.

Una vez que estamos comprometidos con mejorar nuestro propio comportamiento, tenemos que comenzar a hablar y verbalizar lo que sucede. ¿Qué te hace sentir cuando alguien te falta el respeto o no tiene empatía? ¿Por qué crees que las personas actuamos así? ¿Cuándo actúas tú mismo así? Reflexionar sobre lo que nos sucede y conversar sobre ello hará que las niñas y niños tengan oportunidad de desarrollar sus habilidades socioemocionales.

Cuando decimos lo que sentimos, dejamos de defendernos o agredir, y comenzamos a tener mayor consciencia sobre qué sentimos, pudiendo decidir en vez de simplemente reaccionar.Otra herramienta muy valiosa para desarrollar nuestra empatía y capacidad de incluir a los demás es la ficción, sea a través de la lectura, de los cuentos, de las películas.

Las historias nos permiten ver la vida desde otra perspectiva y aceptar que existen diferentes formas de procesar los eventos de la vida. Una vez más, necesitamos dar un paso más allá y conversar sobre lo que leemos o miramos. Una sociedad solidaria es una construcción que se hace poco a poco, cada día, con consciencia, mucho trabajo y afecto.