Mientras no podamos salir sin preocuparnos de los contagios, todos aspiramos a trabajar desde casa. Dicho esto, y reconociendo que es un privilegio poder trabajar en esta situación, convertir nuestra vivienda en centro de labores implica una serie de retos que debemos tomar en cuenta.

Para comenzar, las jornadas laborales desde casa son bastante más extensas. Algunas empresas señalan que sus trabajadores en cuarentena laboran turnos de 12 horas diarias, 3 horas más al día que sin la cuarentena. Luego, las video conferencias, si bien son sumamente útiles, generan mucho cansancio mental y emocional; ya que necesitamos prestar mucha más atención al lenguaje no verbal que cuando hablamos presencialmente. Interpretar las miradas, tonos de voz, lenguaje corporal es más difícil desde la pantalla. A esto le tenemos que sumar los problemas de conectividad, que cortan las interacciones.

Además, estamos usando el mismo espacio (la misma ventana de la computadora) para realizar todas nuestras actividades: conversar con familiares, avanzar en el trabajo, presentar a los clientes, mantenernos conectados con nuestros amigos. En condiciones de libertad, cada una de estas actividades se enmarca en un espacio físico diferente, que nos permiten procesar los eventos, poner límites, sentir que comienzan y acaban. La cuarentena nos tiene en una especie de “sala de espera” permanente, como si estuviésemos “perdidos en cuarentena”, en vez de en el espacio.

Todo esto aumenta nuestro fastidio, genera conflictos dentro del hogar y dificulta el descanso. ¿Qué hacer? Creo que es importante reconocer que seguirá siendo difícil. Ya se ha hablado mucho de la importancia de las rutinas y de cómo, estructurar nuestros días y ocuparnos de habitar un espacio ordenado y limpio nos alivia (y protege del virus). Pero para tolerar el encierro, quizás, lo más importante, sea recordar que esto también va a pasar. Mientras tanto, ánimo y paciencia.