“Eduquemos con la palabra y el ejemplo” es una expresión muy utilizada en los foros sociales y educativos; pero no siempre la cumplimos. Y es que los profesores, padres de familia, autoridades del Estado y la sociedad debemos cuidar -cuando interactuamos con nuestros alumnos, hijos, vecinos, compatriotas- que nuestros desempeños en las instituciones educativas, hogares y otros ámbitos de la sociedad y del Estado, sean siempre pertinentes y coherentes con nuestros discursos.

Las personas que cumplimos una función docente debemos tener presente que “no podemos decir una cosa y hacer otra diferente”. Tiene que haber coherencia permanente entre lo que decimos, lo que hacemos y, por supuesto, lo que somos.

Veamos un ejemplo: Si deseamos desarrollar “la autoestima de las personas” decimos que hay que valorar nuestros cuerpos, nuestras capacidades y virtudes, y también reconocer nuestros errores. Sin embargo, muchas veces hacemos todo lo contrario de lo que decimos cuando somos descalificadores e intolerantes ante cualquier deficiencia individual y grupal de nuestros alumnos, hijos y otros seres humanos a quienes les hemos hablado reiteradamente sobre la importancia de la autoestima.

Ahora, veamos el caso lamentable del expresidente Pedro Castillo, quien durante su campaña electoral y ejercicio presidencial trato de asociar su palabra y desempeño personal, político y gubernamental a la formación y práctica profesional de la docencia (magisterio), la cual ciertamente debe mostrar “eficacia con resultados y ciudadanía ético-moral(valores)”.

Repetía, como todos recordamos, de manera constante en sus discursos , sin ningún sustento y correlato con su gestión gubernamental la expresión “palabra de maestro”. Ciertamente como primera autoridad del país, no solo ha sido un mal presidente, sino que no ha educado ni con la palabra ni con el ejemplo.