Las bondades del desarrollo tecnológico son evidentes para todos. El acceso a la información nos abre infinitas posibilidades a nivel informativo y de comercio, entre otras.

Percibimos que la tecnología nos ayuda a ser más eficientes. Sin embargo, el concepto de eficiencia puede ser engañoso.

No siempre es beneficioso que algo sea más rápido y práctico. Sobre todo, cuando hablamos de relaciones humanas. Por ejemplo, si bien es eficiente y conveniente comprar mediante aplicativo y que nos llegue a nuestra casa, la actividad de comprar no es meramente transaccional y utilitaria. Las personas compramos por "necesidad", sí, pero también es un disfrute, un espacio donde compartimos con nuestros amigos o familiares.

Un reto que tenemos en este mundo interconectado es lograr el fino balance para mantener y desarrollar nuetras redes interpersonales, a nivel familiar, laboral, social, mientras que tosos se nos hace “más conveniente”. Debemos pensar ¿qué tipo de sociedad queremos crear? ¿Queremos interactuar más con máquinas o entre nosotros? Ahora que, muchas veces, pasamos más tiempo conectados con personas de manera remota que presencial. ¿Qué impacto en nuestra salud mental está teniendo esta hiper-conectividad? Al interactuar cada vez más con máquinas (chatbots, sistemas, contestadoras automáticas, robots), podemos perder de vista que los seres humanos tenemos el aspecto emocional y espiritual que nos diferencia esencialmente de estas. Y los tiempos del corazón no son necesariamente “eficientes” ni “rápidos” y eso está bien. Desde una perspectiva humana holística, lo realmente “eficiente” requiere tiempo para sembrar, incubar, macerar, nacer y cosechar. Porque se trata de vivir, de disfrutar el camino; de aprender, de crecer y evolucionar. La eficiencia es la “capacidad para realizar o cumplir adecuadamente una función”. No perdamos de vista que nuestra función es ser cada día mejores seres humanos, y que tenemos una función muy diferente a la de las máquinas que venimos creando.