Luego del impacto inicial por el tristísimo caso del #Vacunagate, muchos nos hemos quedado con una sensación de derrota y desesperanza.  Sin embargo, es preciso reponerse y elegir qué vamos a hacer al respecto.  Si de algo podemos estar seguros es que lo que llevó a las personas a vacunarse de esta manera, a escondidas, aprovechando sus cargos y privilegios, por encima de, literalmente, la vida de quienes están luchando cara a cara contra la muerte, es una enorme falta de ética y de principios. Tal es la falta que, en sus explicaciones muchas veces ni la reconocen.

Debemos reflexionar, entonces, cómo se construye la ética, empezando por nuestra propia práctica. Desde mi experiencia, la clave está en el desarrollo de la honestidad intra-personal.  La capacidad de aceptar nuestras propias miserias, limitaciones y fallas. No para darnos de latigazos y sentirnos mal, sino para poder fortalecernos y dejar de funcionar a partir de nuestras propias carencias morales y humanas. Se trata de un proceso que no se puede desarrollar en solitario, porque tenemos puntos ciegos, con respecto a nosotros mismos.

El desarrollo de la ética es un proceso pedagógico que debemos de tomar muy en serio desde la infancia. Es en esas vivencias donde se cimienta lo que luego consideramos correcto o incorrecto. Cuando veo que personas que meten una y otra vez el carro por la vereda para adelantarse en el atoro del tráfico (y “no pasa nada”), poco a poco, normalizo esta forma de operar. Con los años, me puedo convertir en una persona que, siendo autoridad sanitaria, en pleno proceso millonario de compra, se vacuna con dosis de “cortesía” en secreto durante la peor pandemia del último siglo. La única forma de salir de esta crisis moral es mirando hacia dentro y asumiendo nuestra labor ético-pedagógica, primero con nosotros mismos y luego con nuestra familia, equipos de trabajo y comunidad.