Estoy seguro de que muchos peruanos han olvidado que Martín Vizcarra, en el mes de enero, bautizó al 2020 como “Año de la Universalización de la Salud”. A los pocos días, el coronavirus -con punto inicial de vuelo en Wuhan, China- empezó a expandirse por el mundo entero y a nuestro país aterrizó el 6 de marzo, trayéndose abajo en poco tiempo la precaria infraestructura sanitaria.

Y es una contradicción sumamente dolorosa porque, en este “Año de la Universalización de la Salud”, faltando todavía 11 días para que se vaya al diablo, hemos perdido a 37,034 compatriotas de la manera más cruel, en medio de hospitales destartalados, clínicas inhumanas y las carcajadas silenciosas de expresidentes a quienes la salud les importó un bledo.

Un “Año de la Universalización de la Salud” en el que “ángeles” de carne y hueso tuvieron que poner el oxígeno de la salvación, mientras que otros facinerosos lo escondían para llenarse los bolsillos revendiéndolo a precios astronómicos. Solo se universalizó el desdén, la insensibilidad y los avivatos, como aquellos policías corruptos que hicieron su agosto con su propia institución.

Y en el “Año de la Universalización de la Salud”, la clase política, especialmente el Congreso de la República, le facilitó el camino a la Covid-19 con un vaivén de decisiones que solo respondían a sus propios intereses, mientras siguen escaseando los respiradores artificiales y las camas UCI son una utopía. El estatus actual es el peloteo, culpar al otro, correrle al mea culpa.

Conclusión: El Perú está en la zaga para la obtención de las vacunas, no se sabe cuándo tendremos el antivirus, un rebrote nos acecha y, para variar, el Parlamento prosigue enfrascado en normas populistas.