La semana que pasó señalábamos que solamente una salida negociada en que renuncien el presidente Castillo y la vicepresidenta Boluarte, con inmediata convocatoria a elecciones en unos meses, representaba una verdadera salida. Una salida ante el arrinconamiento que aquejaba a Pedro Castillo. Pues bien, esta semana decidió arrinconarse más.

Casi al inicio de la semana se vio prácticamente obligado al cambio de gabinete al no haber respaldado a una de las figuras de sus socios de Juntos por el Perú, el partido del ala progresista y acaviarada que le ha provisto de ciertos ministros clave. Al hacerlo, por desgracia, puso a un indefendible: Héctor Valer, el primer tránsfuga de este período congresal, que había pasado por casi una decena de partidos y por si fuera poco, cargado de denuncias por maltrato familiar, pagos pendientes de alquiler y hasta deudas tributarias. Agreguemos que se trata de un señor sin muchas luces académicas ni de ejecutoria profesional. A este señor eligió Pedro Castillo para que liderara el día a día de su gobierno.

Tan flagrante era el error que se especuló que Castillo buscaba catalizar una negativa de confianza al nuevo gabinete por parte del Congreso. Todo con la finalidad de ir preparando el camino para una segunda negativa que le habilitara el camino de la disolución del Parlamento. Anoche, sin embargo, anunció que accedía a cambiar el gabinete nuevamente, aunque sin admitir ningún error. Ahora se abre la interrogante sobre quién será el nuevo Premier. Sin embargo, algo es claro: el ala dura cerronista le ganó esta partida a los caviares que se subieron al coche presidencial.

Pero más allá de los nombres y la lucha de los bloques en el poder, hay que preguntarnos si esta va a ser la tónica de la dinámica política de los próximos cuatro años y medio. Cualquiera entiende que esto no es viable. En algún momento habrá que hablar de una salida conversada