La extrema polarización en la que se encuentra nuestro país no se solucionará con la proclamación de un nuevo presidente. Por el contrario, las contradicciones se agudizarán provocando un escenario de difícil gobernabilidad. Las instituciones han entrado en conflicto y el gran frente de izquierdas que ha tomado el poder no controla la calle ni la capital. Ciertamente, si la proclamación se torna inevitable, siendo como somos una sociedad cortesana y virreinal, muchos se plegarán al nuevo poder. Con todo, no puedo evitar recordar lo que sucedió con PPK y Vizcarra: rápido ascenso, caída estrepitosa. No solo elegimos presidentes, también juramentamos cadáveres que terminan en el panteón nacional.

Cualquiera que sea el vencedor de esta guerra civil política de baja intensidad recibirá en sus manos, como trofeo, un presente griego, un regalo envenenado. Un país en ebullición no admitirá equivocaciones, riesgos pueriles o jugadas para la tribuna. El frente izquierdista que mantiene el control de la situación conserva intacto su poder institucional controlando amplios sectores del Estado. Pero ha perdido los medios de comunicación y el apoyo de la calle. No son perdidas menores. Son sectores estratégicos que cada día resisten un poco más. Si algo nos ha demostrado la historia reciente es que el Perú se transforma de la noche a la mañana. Es un país gitano, volátil, inconstante. Estamos ante un adolescente de doscientos años.

Solo una gran coalición que supere los individualismos estériles podrá resistir al frente de izquierdas que controla gran parte del aparato estatal. La guerra civil de baja intensidad puede transformarse en una guerra total de aniquilación masiva. Todos los actores deben recordar la máxima del conflicto: sobre las ruinas de Cartago es imposible gobernar.