Hace una semana los peruanos sentimos la indignación y el pesar por el asesinato de una familia en pleno distrito de San Miguel. Sucedió a plena luz del día, en una zona de alto tránsito y con el agravante de que entre las víctimas había dos niños, ambos hijos del sujeto de dudosos antecedentes que era el objetivo principal de los autores materiales de esta matanza, dos de los cuales fueron arrestados en Arequipa, mientras que un tercero aún anda prófugo.

Sin embargo, situaciones trágicas como esta ocurrida en la capital y que nos hacen recordar que la inseguridad ciudadana es una tarea pendiente desde hace más de una década, suceden casi a diario en ciudades como Trujillo, donde las bandas de extorsionadores se disputan a balazos el cobro de cupos en guerras que acaban en mortales “ajustes de cuentas”, que muchas veces se ejecutan usando como sicarios a menores de edad.

En 2010 llegué a Trujillo como director de Correo La Libertad y la situación era crítica. Las extorsiones y los crímenes bajo la modalidad de sicariato eran cosa de todos los días. Incluso las bandas tenían estudios de abogados conocidos en toda la ciudad que salía a defender a sus integrantes cada vez que caían en menos de la policía, que hacía y hace hasta la actualidad un esforzado trabajo pese a la falta de voluntad política de sucesivos gobiernos para acabar con esta crisis.

Sin duda la lucha contra el delito es de todos. No solo de la Policía. Un rol fundamental lo cumplen también los alcaldes. Lamentablemente, en las últimas elecciones municipales los trujillanos se han disparado a los pies al elegir a un burgomaestre como Arturo Fernández, el hombre de los huacos eróticos, el histrionismo y el circo, que en una de las ciudades más violentas del país ha decidido pelearse con el jefe policial de La Libertad e insultarlo gratuitamente.

El drama de Trujillo es solo una muestra de la violencia que nos castiga a todos. El problema está generalizado y se debe actuar. Tenemos hoy un gobierno que trata de sobrevivir en medio de una dura crisis política, pero eso no quita que tenga que ponerse a trabajar para devolverle la tranquilidad a los ciudadanos, por más que en el camino haya gente que no colabore y sea un estorbo, como el alcalde Fernández. La seguridad sigue siendo una tarea pendiente.

El drama de Trujillo es solo una muestra de la violencia que nos castiga a todos.



TAGS RELACIONADOS